Por: ANDRÉS L. MATEO
Si el destino de mi escritura fuera responderle a gente como usted,
el descalabro espiritual que ello significaría haría de mi vida un asco.
Yo sé quién soy (como le gritaba a Sanzón Carrasco Don Quijote de la
Mancha, cuando aquél lo arrojó al suelo tratando de hacerle volver a la
cordura), pero también sé quién es usted. Y ni sus millones, ni su
manejo de los medios, ni su influencia en Leonel Fernández, quien es
para usted la suma de todas las virtudes posibles, son poder suficientes
para descalificarme.
En realidad, ¿por qué escribe usted un artículo contra mí, partiendo
de la suposición de que todos mis juicios son un venero de odio, y de
que me despliego como un resentido porque crítico la práctica política
de su jefe? ¿Es usted quien habla, o es el aparato de dominación que se
ha instaurado en este país el que le dicta esos juicios contra mi
persona, únicamente por mi espíritu libre, mi rebeldía contra tanta
simulación y engaño? La unanimidad es obscena, Leonel Fernández ha
apostado a ser un Dios, y un Dios solitario y engreído niega el derecho
a la herejía, a la singularidad y a la duda. Usted no es más que un
emisario, y por sus actos debería odiarse a sí mismo, sin pudor, sin
remordimientos. No es a usted, por lo tanto, a quien yo debo responder,
sino a su amo.
Vi a Joaquín Balaguer Ricardo cuatro meses y nueve días antes de
morir, en su cuartucho de pobre en el que consumaba sus horas. Al entrar
a esa habitación tan modesta confundí el desencanto con la verdad,
porque ese ser indefenso que yacía en la cama, aparentemente
insignificante, desprovisto en ese instante de la enigmática virtud que
el poder depara; había diezmado mi generación, encanallecido el país, y
convertido su imagen en la ostentación del mito. ¿Era éste ser frágil,
con pasiones asordinadas, sin amigos íntimos, sin hijos reconocidos, el
mismo personaje de dureza que eligió fríamente la opción de goce del
poder, y que era capaz de todos los excesos con tal de mantenerse en el
mismo? Ese ser escindido que era Joaquín Balaguer es el mismo proyecto
de dominación social de Leonel Fernández.
Él es la continuidad formal y también contradictoria del
balaguerismo. Construye la personalidad del Príncipe a partir del Estado
mesiánico. Desgaja la acción del Estado en actos personales. Hace fluir
de su exclusiva laboriosidad toda la política de construcciones
públicas, su súper ego instrumentaliza las políticas asistenciales,
declama sobre las instituciones del Estado, pero las subordina a su
voluntad; permite y deja fluir como un mecanismo de consolidación de su
liderazgo el estropicio de la corrupción, labra marionetas de jueces con
birretes, altera la voluntad popular con el dinero público, usa la
pobreza sin remordimientos para lograr sus fines. Y, por último, su
concepción patrimonial del Estado reduce toda la estrategia de la
gestión pública a reproducirse él mismo en el poder.
No se trata, por lo tanto, señor Medina, de que los “éxitos político,
intelectual y académico de Leonel Fernández” me amarguen la vida, sino
de que la egolatría de este señor le sale muy cara a este pobre país, y
ha sido impuesta como tal por gente como usted, que la ha promovido al
rango de verdad. Se trata de la adicción al poder, que en este país,
históricamente, todo lo deforma. En el sudario de su gloria, Joaquín
Balaguer parecía no importarle la riqueza material. Balaguer sonreía al
mundo, pero no lo gozaba. Leonel sonríe al mundo y lo goza. ¡Todo el
presupuesto nacional está al servicio de su gloria personal! A Balaguer
lo sorprendió la muerte en la más absoluta humildad material, a él la
muerte ya no podrá encontrarlo jamás en un cuartucho semejante, y está
muy lejos! lejos de la pobreza en que murió su modelo. No hay nada
personal, ejerzo mi libertad que nada debe a su gloria.
Como soy maestro, tengo la deformación profesional de hacer
recomendaciones, y le sugeriré dos cosas: primero, no use la técnica de
la ironía en sus escritos, es territorio de los genios, y cuando no hay
talento se suele resbalar y desnucarse. Léase “El periquillo Sarniento”
o “Don Catrín de la fachenda”, de José Joaquín Fernández de Lizardi,
buenos ejemplos de uso de la ironía. O quizás “Los amo”, de Juan Bosch.
Y, segundo, para entender la personalidad del resentido procure adquirir
“Tiberio” de Gregorio Marañón. Usted verá a quién se parecen los rasgos
tipológicos del resentido en este estudio. ¡Oh, Dios!
Artículo publicado originalmente en el periódico Hoy.
Fuente: larepubliccaonline.com
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