Escrito por: ROSARIO ESPINAL
La democracia dominicana se ancló en sus orígenes a fines de la
década de 1970 en la estabilidad y fortaleza del sistema de partidos
que estructuraron los tres líderes caudillistas del post-trujillismo:
Joaquín Balaguer, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez.
Ese liderazgo y las organizaciones partidarias que forjaron, dieron
estabilidad al sistema político tanto en su fase autoritaria de
1966-1978, como a partir de la apertura democrática de 1978.
La ciudadanía ha conquistado libertades civiles en las últimas tres
décadas, pero la naturaleza caudillista de los partidos, unido al
clientelismo y la corrupción ancestrales del Estado Dominicano, han
retardado el proceso de modernización económica y política.
En la década de 1990 se produjeron importantes reformas
institucionales al sistema electoral producto de las presiones
internacionales y la sociedad civil ante los intentos continuistas de
Balaguer, pero las reformas no incluyeron mecanismos que promovieran
mayor democratización de los partidos.
Se estableció el sistema de financiamiento público en 1997 y se
mantuvo intacto el sistema de recaudación privada. Así los partidos se
convirtieron en nidos de acumulación de recursos económicos. Son las
instituciones más subsidiadas de la sociedad dominicana y con mayor
acceso a la riqueza que genera el país, porque los partidos se nutren
del Estado y del sector privado, y constituyen el mecanismo por
excelencia de movilidad social para amplios sectores sociales.
Aunque la población evalúa negativamente los partidos políticos en
las encuestas, un amplio sector de la población expresa simpatía por
ellos. La paradoja se debe a que mucha gente está insatisfecha con sus
condiciones de vida, pero las aspiraciones clientelares ante las escasas
posibilidades de movilidad social obligan al apego partidario.
El liderazgo de fuertes caudillos y la polarización ideológica
sirvieron de sedimento al sistema político en las décadas de 1960-1970,
mientras el clientelismo y la corrupción ampliada sirven ahora de
soporte al partidarismo, en un contexto político desprovisto de
confrontaciones ideológicas y con aspiraciones generalizadas de ascenso
social.
La estabilidad del sistema político dominicano se sustenta también en
factores socio-económicos. Los más pobres entre los pobres, es decir,
los inmigrantes haitianos, carecen de derechos políticos, y por tanto,
están incapacitados para poner presión social desde la marginalidad. Por
su parte, las capas medias dominicanas tienen como horizonte la
migración y tampoco ponen presión.
En consecuencia, los ejes que articulan la sociedad y la política
dominicana en este principio del siglo XXI son la movilidad social vía
los partidos, la migración de dominicanos hacia el exterior, la economía
ilícita, y la migración haitiana que ofrece mano de obra barata para la
acumulación de capital. Todos apuntan a una baja movilización social.
La democracia produce cierta apariencia de progreso porque la
política, los empréstitos, el narco y las remesas crean espejismos de
prosperidad, pero en esencia, la democracia dominicana es profundamente
excluyente, arbitraria e ineficiente.
Los partidos se han rotado en el poder y han canalizado descontentos,
pero ahora el PRSC ha sido subsumido por el PLD, el PRD enfrenta una
crisis interna que se perfila de larga duración, y el PLD pretende
gobernar por largo tiempo.
En un contexto de precariedades económicas, de reformas pospuestas y
de limitadas opciones partidarias, la democracia clientelar dominicana
se dirige a producir mayores niveles de insatisfacción en la población, y
si no hay renovación y fortalecimiento del sistema partidario, la
fórmula de partidos que dio sustento al sistema político puede
resquebrajarse.
Para avanzar en democracia se necesitan reformas que promuevan
crecimiento económico con mejor distribución de los recursos, y mayor
eficiencia en la administración pública.
Fuente:Hoy
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